Un hombre solitario y desconocido muere. No hay funeral. Ni
amigos ni familiares que respondan por él. Un servicio municipal
se encargará de llevarse y destruir todas las posesiones
halladas en su casa si nadie aparece en unos días. Existe un
protocolo para estas muertes sin nombre, una especie de impasse
en la que los cadáveres anónimos todavía están vivos a
la espera de responder a esta pregunta: ¿Realmente morimos
cuando morimos o cuando nos olvidan? Los cineastas y sus
amigos entran en la casa del muerto antes de que ese veredicto
final se cumpla y descubren –y se descubren a sí mismos– a
través de los objetos del difunto y en las vidas que todavía encierran.