“¿Realmente mueren los payasos? ¿Responden las princesas a las cartas? ¿Es la imagen de la muerte la de un caballo blanco? ¿Dónde van las palabras viejas cuando mueren? Son algunas de las preguntas que lanza la película La Casa Emak Bakia, donde se narra la búsqueda de una casa en la costa vasca en la que Man Ray hizo su primera película vanguardista. Se sabe que cerca de Biarritz el artista norteamericano pasaba vacaciones en una mansión cuyo nombre Emak Bakia le conquistó hasta el punto de convertirse en uno de sus lemas artísticos. Emak Bakia, una antigua expresión vasca que significa "¡Déjame en paz!", fue el nombre más acertado para que alguien construyera ese refugio junto al mar, un refugio al que llegó Man Ray para lanzar desde él su cámara por los aires mientras rodaba reclamando con ello la mayor de las libertades en el cine, unas libertades que no respetaron ni la línea del horizonte. 80 años después, Oskar Alegria parte a la búsqueda de esa casa, con solo cuatro pistas: el misterioso nombre, un fotograma de una ventana, otro de una puerta y una imagen del mar. A la vez, el camino para buscar la casa, sinuoso y con tropiezos, con el accidente como bandera, reclamará esa misma libertad de creación.
Emak Bakia! se reescribe con un signo de admiración a través de un trayecto a pie que elogia la curva, rinde homenaje al viento y es un tributo al meandro. Nada es línea recta y así el azar de la búsqueda y sus desvíos regalarán sorpresas como la historia de un payaso inmortal, los recuerdos de una princesa rumana campeona de ping pong, las pesadillas de una piara de cerdos o los silbidos de un roble solitario que habita alejado del bosque lanzando una última pregunta: ¿Por qué los ríos tratan de posponer su final?".